Tiger Woods, falso culpable y víctima de un esperpento entre Mr. Bean y Hommer Simpson

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Basilio Rogado escribe sobre el esperpento y lo ridículo de una situación que ha puesto a Tiger en boca de todos y que, de presunto culpable, ha pasado a ser una víctima del absurdo.

Los problemas a los que se enfrenta Tiger Woods no le vienen dados por su, al parecer, desenfrenada afición por el sexo, cosa que, por otra parte, es común a la mayoría de los hombres, sino por la rocambolesca historia que dio paso al general conocimiento de su infidelidad.
Entre Mr. Bean y Hommer Simpson, el deportista más rico del mundo protagonizó, si hemos de creer a los cronistas del acontecimiento, un suceso que se desarrolló entre el esperpento y la prudencia -no creo que el miedo interviniera de forma decisiva en el asunto- en el que, por fortuna no hubo que lamentar daños físicos graves a personas, aunque los psíquicos están aún por determinar.
El esperpento es un desatino, algo absurdo, extravagante o ridículo, como lo que ocurrió en la madrugada del viernes 27 de noviembre en Isleworth, un barrio residencial del estado de Florida: un hombre, que luego resultó ser el mejor golfista del mundo, sale corriendo descalzo de su lujosa mansión, perseguido -siempre según las especulaciones de las crónicas, nunca aclaradas pero tampoco desmentidas- por una mujer, la suya, que enarbolaba un palo de golf -no se ponen de acuerdo los cronistas sobre si era un hierro 3 ó un hierro 5-. El hombre, Tiger, subió a su Cadillac y en su precipitación se llevó por delante, nada más iniciar la marcha, una boca de riego que, imagino, soltó un chorro/geiser que dejó empapado a los protagonistas –al menos eso le hubiera ocurrido a Mr. Bean-, para luego empotrarse con el árbol del vecino, a la manera de Hommer Simpson.
Recuerdo esta escena del melodrama, que es de todos conocida, para llegar a la parte de la prudencia que corresponde a este Acto I, porque no creo que lo de Tiger fuera una huída por miedo a su esposa armada, no ya de razón, sino con un palo de golf, sino un “pies para que os quiero” para no tener que enfrentarse a la rubia Elin, su mujer y madre de sus dos hijos, lo que hubiera convertido, posiblemente, la escena del melodrama en una tragedia.
Si Tiger, un deportista nato, bien preparado físicamente, se hubiera enfrentado a Elin, hubiera tenido escasos problemas para quitarle el “club” o palo de golf, aunque su reacción defensiva podría haber causado daños imprevisibles a su airada mujer, lo cual hubiera sido todavía peor que una retirada tan poco airosa como la que tuvo.
De esta manera, aunque no se incide en ello, la autora de un delito de violencia de género -insisto, de ser cierto todo lo que se cuenta- sería necesariamente la señora de Woods. Y en este pasaje de infiel atacado por engañada, solo encontramos una verdadera víctima, el golfista.
Tiger Woods no es el primer marido infiel de la historia de Occidente, ni será el último. Los hay de todos los tipos y colores: ricos, pobres, mediopensionistas, blancos, negros, cobrizos… Pero la infidelidad masculina es una ofensa de fácil perdón en una sociedad moderna y con las secuelas machistas que son consecuencia de muchos años de dominio masculino en la convivencia entre los hombres y las mujeres.
En otras épocas, monarcas como Enrique VIII, ocultaban sus infidelidades matando a sus mujeres. En la era actual, el Watergate le costó la presidencia de los Estados Unidos a Richard Nixon, mientras que las infidelidades de Bill Clinton con una becaria, en la propia Casa Blanca, no le impidieron terminar su mandato, mientras que su mujer miraba para otro lado y ahora es la Secretaria de Estado responsable de los Asuntos Exteriores de la nación más poderosa del mundo.
Las imprudencias que cometemos los hombres con las mujeres que llevan la primavera bajo sus faldas, como diría Sabina, son siempre comprendidas por el resto de los hombres y, también, por la mayoría de las mujeres.
Los hombres piensan que algo similar “podría haberme pasado a mí” y las mujeres hacen, casi siempre, de tripas corazón e intentan sacar el mayor partido del marido “cuando se acaba el amor”.
La reacción de Elin Nordegren, por exagerada, por violenta -insisto, una vez más, si los hechos son tal y como los narran los cronistas y no hay otra versión hasta que no se decidan los protagonistas a contar la verdad, cosa que deberían haber hecho desde el principio-, no es una reacción normal.
Cada día hay miles de separaciones, algunas mucho más dolorosas de lo que podría ser la de Tiger, si al final se termina separando, lo que parece lo más lógico, pero es la primera vez que se conoce una reacción tan virulenta de la mujer engañada.
Elin Nordegren, de profesión modelo antes de conocer a Tiger, a la que no le debían ir muy bien los desfiles porque se ganaba la vida de Nani de los hijos de su compatriota el golfista sueco Jasper Parnevick, se ha pasado cien pueblos, como se dice ahora. Una separación normal y corriente, como las miles que se registran todos los días, afortunada o desgraciadamente, no hubiera puesto al golfista número 1 del mundo de boca en boca y de forma tan ridícula.
Elin, que ha pasado de Nani/modelo a multimillonaria consorte y con suerte, se va a llevar un buen dinero por la separación. Todo estaba previsto al parecer en el contrato matrimonial: si la unión llega a los diez años, tanto; si no, cuanto… ¡Qué tristeza de vida y de boda!
Pero claro, con la declaración de infidelidad, unos añitos de convivencia y dos hijos, Elin se lo va a llevar crudo. Va a ganar más por cuatro swings mal dados con el hierro 3 -¿o era el 5?- con los que rompió parte del mobiliario de la casa conyugal y el parabrisas del Cadillac, que con cinco vidas que tuviera de modelo.
Y está bien que lo gane. Tiger lo tiene y en cuanto vuelva a jugar, que volverá y yo creo que pronto, llenará de nuevo su bolsa de dólares, aunque ya no le haga falta ninguno más para vivir el resto de sus días.
Pero el golf y sus hijos le necesitan y ahora, según parece, Elin ya no. La historia del esperpento ha acabado con los patrocinios del jugador: Gillete, Gatorade y Accenture le han dado la espalda y muchos millones de seguidores, también.
Pero en cuanto las cosas vuelvan a su cauce, con el fácil perdón social que tiene el pecado masculino que se comete habitualmente contra el Sexto Mandamiento, Tiger, por la cuenta que le tiene y porque el golf es su vida y no hay mujer en el mundo que le haga traicionarle, no verá otro agujero que el del green. ¡Que se preparen en Augusta porque Tiger irá a por su decimoquinto Grande!
¡¡¡Tiger, yo también te perdono, por si acaso!!!!

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