Los enemigos del Golf (y III): Los ecologistas…
José Luis Valenciano escribe el tercer artículo de su trilogía sobre los enemigos del golf, pero no será el último, porque son muchos los peligros que nos acechan a los golfistas…

Los enemigos del Golf (y III): Los ecologistas
La frase no es mía, pero no me importaría nada haberla inventado: “Prefiero un ecólogo a un ecologista, como prefiero un sociólogo a un socialista”.
No se me enfaden los socialistas, que no voy de política y además todos tenemos nuestras preferencias que cada cuatro años manifestamos, casi todos, pacíficamente en las urnas.
Volviendo a la primera proposición de la frasecita, para mi la gran diferencia es que un ecólogo sabe de esas cosas, las estudia, investiga, saca sus conclusiones y las escribe en un libro. En cambio el ecologista va por la vida dándote con la ecología en la cabeza, tratando de convencerte de que es por tu bien y anunciando desventuras y cataclismos si no le haces caso.
Desde hace tiempo la tienen tomada con el golf, lo mismo que en su día lo hicieron con el PVC, y lo malo es que no se sienten obligados a demostrar lo que aseguran. Les basta deslizar, sin pruebas, el aserto y dejar la carga de la prueba de contrario a los que no están de acuerdo con ellos, es decir “in dubio contra reo”, al contrario que la propuesta del axioma jurídico.
El agua es un bien escaso y por tanto hay que conservarla. ¿Quién no está de acuerdo con esta afirmación? Pero ¿conservarla para qué o para quién? Lo suyo sería proponer consumirla de modo racional y productivo. Tanto para aseo, tanto para alimentación, tanto para la agricultura, tanto para jardinería, tanto para la industria, tanto para reservas, etc y, por que no, tanto para el ocio, que según dicen es hacia donde vamos los componentes de eso que se llama la humanidad, sobre todo si tenemos en cuenta el afán de casi todas las compañías por substituir a los “veteranos” de 50 años por jóvenes “mileuristas”.
No conozco con precisión el dato de la demanda diaria de agua de riego de un campo de golf, pero seguro que las 50 hectáreas, más o menos, que puede ocupar (no todas ellas regables) constituyen un elemento productivo de una magnitud no inferior a la que supone la misma superficie dedicada, por ejemplo, al cultivo del girasol, a veces nunca recolectado pero subvencionado.
Tampoco creo en la contaminación de los acuíferos del subsuelo debido a la penetración de los diferentes plaguicidas empleados en las verdes calles de un “fairway”, ya que es de sobra conocido que, además de la selección de semillas resistentes a ciertas plagas que hacen innecesaria la utilización de pesticidas, la industria química ha mejorado enormemente su producción y la legislación no permite ya la utilización de productos que sean nocivos para la tierra o el medio ambiente.
Al contrario, pienso en la producción de oxígeno que, a través de la función clorofílica, proporcionan las plantas y de la reducción de CO2 a que contribuyen en el ciclo opuesto.
No quiero pasar por alto una reflexión acerca del ecosistema que convive en el recinto de un campo de golf: urracas, ardillas, palomas, golondrinas de verano, patos (si, patos salvajes hay en mi campo), lagartos, conejos, perdices, picos picapinos, cotorras verdes, gorriones y golfístas constituimos un bullicioso enjambre se seres que compartimos un espacio verde, no ya sin molestarnos los unos y los otros, sino felices de estar juntos.
Una amenaza adicional se cierne sobre nosotros, aún no cuantificable, pero opino que cuando se percaten nuestros administradores de la cosa pública de lo gravosa que es para el erario público la carga de salubridad que supone para los jubilados una vuelta de golf al día, dada la longevidad que proporciona, se sumarán a la cohorte de detractores de esta actividad denominada golf e irán a por nosotros, bien prohibiendo su práctica, bien clausurando los campos de golf -como pretende el presidente de Venezuela- para convertirlos en hileras de adosados sobre cuyos tejados pueda una ardilla recorrer la península ibérica desde los Pirineos hasta Gibraltar; tal como decía nuestro amigo Félix Rodríguez de la Fuente que hacían estos animalitos sobre las diferentes especies del bosque mediterráneo que tapizaban nuestro territorio y todo ello sin bajar al suelo.
Aprovecho la ocasión que me proporciona este espacio para congratularme del gran éxito que está teniendo el campo de prácticas instalado en el depósito del Canal de Isabel II, en pleno centro de Madrid, en favor de cuya iniciativa escribí unas líneas en las páginas de la revista “Golf Internacional”, cuando la dirigía Basilio Rogado. Es una delicia poder observar el enorme número de aficionados que se inician en el golf, actividad que por sus características, además de un sano deporte, es una magnífica escuela de vida que enseña a no envanecerse de los éxitos, a superar los reveses y asimilar las situaciones creadas por nuestros errores.
José Luis Valenciano Llovera (presidente del Club de Golf de Arquitectos de Madrid)