Una de las cosas que más nos diferencia a los aficionados de los profesionales no es el nivel de juego, puesto que hay aficionados con gran nivel, sino las ceremonias. Me refiero a los comportamientos que unos y otros tenemos antes de afrontar un partido.
Decía mi abuela: “el mayor burro delante p’a que el de atrás no se espante”. Así que, allá voy yo el primero: me acuso de llegar tarde al tee del uno. Me acuso de no dar bolas antes de un partido. Me acuso de no pararme a pensar con calma lo que voy a hacer. Me acuso… de tantas cosas que, queridos amigos, pasemos a algo más concreto.
El primer golpe, por ejemplo. Ya he relatado en esta misma sección el tremendo ridículo que este forrabolas hizo en Portugal con ocasión de un encuentro europeo de golfistas juniors. Aquel primer golpe a la red de protección tras la presentación, micrófono en mano, de los jugadores que iban saliendo.
Pero, excepto cuando tengo la fortuna de salir a un campo yo solo, en ese momento me importa un bledo el swing, el ritmo, el grip o si la bola está centrada, atrasada o adelantada, normalmente ese primer golpe es un martirio. Curiosamente, si estás solo, ese golpe suele salir bien. Ahí, el ridículo lo hace uno cuando se vuelve a mirar para ver si alguien ha visto el magnífico golpe que ha dado.
La cosa cambia cuando hay más gente y no es lo mismo estar en el tee del uno ante tres coleguitas con los que juegas, que estar cuando hay otras gentes que, respetuosamente, esperan en silencio que tu juegues tu bola. Ahí empiezan los problemas. Es el primero, estás frío, no has dado bolas y la gente te está mirando. ¿Pongo la bola más alta para no fallar? ¿Hago un swing más suave? ¿Juego una maderita cinco que es más fácil? Al final, uno hace de tripas corazón y, asiendo el driver, hace el más grande de los ridículos dejando la bola en el tee… de señoras.
Es increíble. Los nervios nos traicionan. Y eso que no nos jugamos ni el dinero, ni el prestigio profesional. Nos jugamos apenas un sonrojo y unas risitas -todas de puertas adentro, que la gente suele ser muy educada-. Claro que, entre periodistas, de cuya mala baba es preciso hacerse lenguas, la cosa cambia. Aún recuerdo el episodio de un compañero en el tee del uno de Las Lomas, aquí en Madrid. El hombre dudó. Cambió el driver por un hierro cuatro. Swing, golpe y la bola antes de las barras rojas. Desde atrás se oyó: “Mucho palo”. Sí, sobre todo, el que recibe la moral.