Estoy todavía en plena convalecencia de una operación de próstata, la segunda en un mes, pero ya puedo contarlo. He vuelto en cuerpo y alma y de ahí el título de este artículo, que es un remedo del título de una de mis novelas: “El retorno de los cuerpos”, referida a los emigrantes españoles que volvieron de América y que dejaron allí sus almas.
Al escribir la crónica del último día del Masters 09, con la alegría de Ángel Cabrera embutido en su chaqueta verde, me despedía con un apéndice subtitulado “Perdonen que hable de mí”. Ahora vuelvo a escribir en primera persona, pero ya no pido perdón, sino disculpas por haberme ausentado durante poco más de dos semanas, a la vez que convierto este texto en una llamada de atención, un aviso para navegantes -jugadores de golf en este caso- embarcados en la aventura de la vida que empieza a partir de la jubilación, época en la que aparecen todos los males a los que no habíamos dado ninguna importancia, quizás, entre otras cosas, por falta de tiempo.
El día diez de marzo de 2009, con sesenta y seis años cumplidos en enero, decidí que ya era el momento de operarme de la próstata. Desde los cincuenta ya andaba a vueltas con el urólogo y todos los años acudía a la visita tan molesta, donde resulta que es el culo el protagonista, cuando los problemas están por delante.
Es cuestión de mala suerte. En cuanto tienes un problema de bajos, lo primero que te hacen es hurgarte por ahí. A mí ya me habían hecho dos biopsias, que resultaron negativas, pero la próstata, que no dolía, pero que me obligaba a dormir, prácticamente, en el baño e ir a la cama de vez en cuando, daba ya unos alarmantes índices de PSA elevados a la enésima potencia. Era el momento de la operación. Descubrí, además, la nueva tecnología del laser verde, que te permite ir a casa al día siguiente de la operación y cuyo postoperatorio es mucho más rápido, y… dicho y hecho.
Todo resultó como estaba previsto. Me operé el día 10 de marzo, al día siguiente estaba en mi casa y a los seis días -y podría haberlo hecho antes- ya estaba con el wedge y el putt en la mano. Pero…
Como la felicidad nunca es completa, a los quince días, tal y como les contaba en el artículo que precedió a mi segunda operación, me llamaron a la consulta del doctor para darme el resultado de la biopsia realizada tras la primera operación.
Acudí a la cita cargado de optimismo porque no esperaba sino buenas noticias, dados los antecedentes clínicos. Sin embargo, el doctor me devolvió a la cruda realidad:
-¡Tiene usted un cáncer!
-¿Qué me dice?
-Pues sí, lo hemos detectado al hacer la biopsia de las muestras recogidas. Está muy localizado pero hay que volver a intervenir.
-Y yo que venía tan contento por lo bien que iba el postoperatorio de la operación del día 10…
-Sí, nada parecía indicar que nos íbamos a encontrar con este problema, pero así ha sido.
-Pero ¿esto es para morirse…?
-No, hombre, esto se cura totalmente, pero hay que volver a operar…
Y otra vez al quirófano el día 13 de abril, el lunes siguiente a la Semana Santa. Esta vez, además, hubo que abrir por el estómago y extirpar toda la próstata. Total, cinco días de hospital, quince de sonda -que es de las peores experiencias que puede tener un hombre- y… a correr.
Bueno, lo de correr es un decir. Ahora, despacito y buena letra. Tranquilidad, paseos y buenos alimentos… Y a esperar el alta definitiva.
Pero lo más importante es tener una fe ciega en poderle al cáncer. Es fundamental enfrentarse a la enfermedad de forma positiva, con la firme convicción de ganarle la partida al cáncer. Para eso hay que ser optimista, hasta en los peores momentos: la UCI, el postoperatorio, las incomodidades de la sonda y la incontinencia… Hay que afrontar cada día con humor, aunque sea un poco de humor escatológico -por la zona afectada- , casi negro y, sobre todo, es imprescindible la ayuda de tu familia. En mi caso, mi mujer, mis hijos, mi nuera… y mi nieto de dos años -que me daba besos para curarme, como le hacen a él con el “curasana”-, han sido factores imprescindibles para mi rápida recuperación.
-¿Y por qué nos cuenta todo esto? me preguntaría un lector avisado.
-Porque a ciertas edades hay que prevenir. Siempre la prevención es esencial, pero a partir de los 50/60 años, y sobre todo en el caso de la próstata masculina, la vigilancia es tan necesaria como vital. Aunque ya sé que uno se equivoca muy bien solo y que las experiencias ajenas no suelen servir de mucho, hay ocasiones en que es bueno fijarse en los demás.
Ya que hablamos de golfistas, aunque sean aficionados, es bueno mirarse en los casos de Severiano y de Lance Armstrong. Desde luego no son los únicos casos de deportistas que han derrotado al cáncer, pero sí dos de los más significativos. Seve no ha escrito ningún libro sobre su experiencia -aunque imagino que lo escribirá-, pero sí ha ido narrando en su web cómo ha sido su día a día contra la enfermedad. El caso de Armstrong, es distinto. Su experiencia contada en el libro “Mi vuelta a la vida. Cómo gané el Tour después de superar el cáncer”, ha servido a muchas personas para superar los malos trances que acompañan a la enfermedad.
Sin ir más lejos, en el reciente torneo de tenis celebrado en Barcelona, el clásico Conde de Godó, que ahora patrocina el Banco Sabadell, ha participado un tenista -en el torneo de dobles- que ha superado un cáncer de testículos con metástasis en pulmones y estómago.
Lucas Arnold Ker, un argentino de 34 años, no pisa la pista central ni se enfrenta a los top ten en los torneos, pero sigue jugado al tenis como profesional, después de una etapa de su vida de la que muchos pensaban que no podría salir.
Le diagnosticaron el cáncer en 2006, recién separado de su mujer, con la que volvió tras conocer su enfermedad, le operaron y, además le trataron durante seis meses con quimioterapia: “Lo pasé fatal, cinco días a la semana, durante cinco meses. Te quedas como muerto; la quicio te va comiendo, tienes fiebre, vómitos y una debilidad que no te deja ganas ni de moverte…”
Al margen de los problemas físicos, le atraparon los mentales después del fallecimiento de su madre y de que el año pasado, en Burdeos, el incendio de un hotel estuvo a punto de acabar con su mujer y su hijo… “Me enviaron a psicólogos y psiquiatras, pero nada me hacía mejorar… hasta que leí el libro de Lance Armstrong. Eso me ayudó mucho.
Bien. Pues ahí queda esa otra experiencia de un profesional del tenis que también ha vuelto del cáncer.
Espero que mi convalecencia siga tan bien como hasta ahora y confío en seguir fiel a mi cita con mis amigos y con los lectores de golfinone, sean los que sean. A todos ellos, muchas gracias por preocuparse por mi salud.