Opinión

De raf en raf: Las cuitas de un forrabolas

*Laureano Suárez del Canto es un periodista asturiano -de Avilés- que se enorgullece de su pueblo y de su asturianidad. Curtido en mil y una trincheras es, en la actualidad, director del periódico “Más Deporte”, órgano de la Unión de Federaciones Deportivas Madrileñas (UFEDEMA), colaborador de RNE y, en sus ratos libres, tenor del Coro de la Asociación de la Prensa de Madrid. Quizás por dedicarse a tantos y variados menesteres, Laureano practica poco y da muchos rabazos, con perdón, en el campo de golf. Hoy empieza a contarnos sus muchas cuitas golfísticas en golfinone.es, en esta sección que ha titulado “De raf en raf” y que no se refiere a la calidad del tomate cuyo nombre suena parecido, sino al rough que pone en problemas a los golfistas en cuanto se salen de la calle. Aunque no es un experto en inglés como Mr. Colin Smith, autor del célebre Diccionario Collins, sus conocimientos llegan a diferenciar el tomate de la hierba… de las calles del campo de golf. Desde luego, aquí va a haber mucho tomate y los lectores, que en muchos casos, se verán reflejados en estas líneas, podrán leerlas con una sonrisa en los labios, cosa que con los tiempos que corren, es muy de agradecer. Bienvenido, Lauris. B. R.
Todo aquel que haya manejado alguna vez un palo de golf me comprenderá. Mi juego, si es que a este remedo de swing y a esa bola errática se le puede llamar juego, es malo. Bueno, tal vez sea éste un juicio apresurado: es pésimo.
Pero nadie se llame a engaño. Con ese swing, más propio de un aficionado al hula-hop que de un habitante del tee, esos filazos y esos putts, ora cortos, ora largos, ora pro nobis, disfruto lo que no está en los escritos. Y es que, algunos, disfrutamos hasta cuando pierde el Sporting, aunque solo sea por verlo en Primera y a ese pedazo de Quini en los alrededores del Molinón, que, como todo el mundo sabe, no es sino un molino asturiano, o sea, grandón.
Pero vayamos al grano. Pretendo aquí contar mis cuitas que, seguramente, serán las de casi todos; porque, por mucho que presumamos en el 19, lo cierto es que la mayoría de nosotros, pobres parias del fairway, solemos visitar más el raf (rough, para los seguidores de Mr. Collin) que cualquier otra parte del campo, si exceptuamos los bunkers.
Y no pienso engañar a nadie contando trolas. No podría, entre otras cosas porque de mi último penar fue testigo quien esta página avía, el señor Rogado. El podría contar las maravillas de mi driver, largo y recto en el 18, para caer directamente en bunker. O podría relatar, si la risa lo dejara, cómo me costó tres golpes salir de una trampa de arena sólo porque no me dio la gana acercarme al carro para coger el sandwedge. Y así todo…
Pero, yo me pregunto: ¿es todo esto impedimento, valladar, óbice o cortapisa para que haya este forrabolas disfrutado de una soleada mañana de febrero? No señor. No, porque la compañía era agradable; la brisa, filosa, ¡pero es tan poética!; y el campo estaba magnífico. Así que, a pesar de mis cuitas, ¡viva el golf y la madre que lo parió! Ya les contaré.

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