(Esta es la crónica, escrita por Basilio Rogado en verso, de un regreso anunciado: la vuelta de Tiger Woods a la competición, en el Masters de Augusta, el 8 de abril de 2010, después de cinco meses sin jugar, debido al escándalo provocado por sus infidelidades. Así fue el primer día del resto de su vida profesional).
Parecía un nazareno
sin su túnica morada,
con cara de circunstancias
en el tee del uno estaba.
Tiger Woods en su regreso
no sabía qué le esperaba:
la repulsa de sus fans
o el cariño de las gradas.
Rechazo no hubo ninguno,
aplausos con muchas ganas,
sin la pasión de otras veces,
pero miles de palmadas.
Ya ha dado su primer golpe:
una salida aclamada
y termina el primer hoyo,
para el par la deja dada.
Y en el segundo, par cinco
la cosa sigue igualada
pero ya en el hoyo tres
el birdie terreno gana:
menos uno ya está el Tigre
¿quién sabe lo que le aguarda?
Pero va pasando el tiempo
y no varía su mirada
hasta que en el hoyo siete
con un bogey se resbala
pero no llega a caer
y en el ocho se levanta
con un eagle tan preciso
que en el menos dos se planta.
Y ya en el nueve termina,
con menos tres se adelanta
para poner de inmediato
la segunda parte en marcha.
Acecha un nuevo borrón,
que en el diez se vuelve mancha.
En el once se hacer el par,
un hoyo con mucha guasa
y al llegar al Amen Corner,
la pasión vuelve a la grada,
el público hace memoria
de la gloria recobrada
y los aplausos resuenan
como en épocas pasadas.
Sigue el rincón del adiós
y en el trece, por venganza,
un birdie viene a poner
una guinda en la pitanza,
aunque, luego, en el catorce
vuelva un bogey a las andanzas.
Ya está otra vez menos dos,
pero en el quince que aguarda
llega un eagle otra vez.
Es un par cinco con agua
al que solo los valientes
tiran de dos con audacia,
porque no quieren mojarse
en el riachuelo que pasa
justo del green a la entrada.
El Tigre está menos cuatro
a dos solo del que manda
que no es otro que Fred Couples,
un cincuentón de la panda
de los que este año empiezan
a jugar con esa calma
de todos los veteranos
que en vez de estar en holganza
siguen en competición
y mantienen la esperanza
de volver a conquistar
un torneo de importancia.
Y en el segundo lugar,
otro veterano alcanza
los laureles de la fiesta.
Tom Watson, el sesentón,
aunque parece que empieza,
como si fuera un novato
con deseos de grandeza.
Con sesenta y siete golpes,
se aproxima a la cabeza.
Y ya para terminar
los tres hoyos que le quedan,
el Tigre ya no se acuerda
de aquellos malos momentos
que en el tee del uno hubiera,
cuando al dar el primer golpe
apareció una avioneta
que quiso poner final
a la aventura que empieza,
pues se empeñó en confundir
el culo con las temporas,
las nalgas de una gachí
con las frases de un profeta.
El Tigre ya se ha enterado
de que la vuelta está hecha.
Quiera Dios -¿o será Buda
el que mis manos alienta?-
que no haga ningún bogey
para que al dar la tarjeta,
no sea un sesenta y nueve
lo que se sume a la cuenta.
No está el horno para bollos
y si el número se mienta
¿qué dirán los paparazzi
al día siguiente en la prensa?
Al llegar al dieciocho
para terminar la vuelta
el público le recibe
con aplausos que resuenan,
vítores que acreditan
que aquí llega una persona
a la que se ha perdonado
toda su vida secreta.
Y el Tigre termina al par,
casi un birdie, ¡que puñeta!
No la ha podido meter
pero ha llegado a la meta
y todos sus fans le gritan:
Diga Buda lo que diga,
bienvenido Tiger Woods:
Dios no ahoga, aunque aprieta.
(Foto: La huella de Buda. Archivo Wikimedia Commons)