¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? dijo en su día don Félix, Lope para los amigos. Y yo, pobre iletrado, tanto en arte como en golf, no he tenido más remedio que acordarme de ese título por más incongruente que pueda parecer que un descreído acuda a un poema religioso.
Pero es que, ya que no puedo rezar por convicción, al menos debe quedarme el consuelo de encomendarme a los hados, que, para ser honrado, no sé muy bien quiénes son pero queda literario. Lo digo porque en mis habituales extravíos golfísticos he hallado un amigo, un consuelo para mis cuitas, en una herramienta de reciente adquisición. Y una de mis últimas experiencias me obliga a reconocerlo públicamente.
Tras mis felices jornadas en Palma, de tanto éxito competitivo, vuelvo a las andadas. De nuevo el drive se va a la izquierda, los hierros se hincan en la calle –cualquier día me apodarán “el Carnicero de Galapagar”, lo digo por las chuletas- el putt, más que un palo, en mis manos parece cayado… o sea, sigo siendo uno de los más fieles amantes del raf.
Pero no todo han de ser malas noticias. Al rescate ha venido un nuevo ocupante de mi bolsa: un híbrido. Ahora que lo transgénico tiene tantos detractores, este nuevo instrumento que podría ser considerado un hierro así, esto es, transgénico, es para mí, y para seguir esdrujuleando, benéfico. Y lo del rescate ni es gratuito ni mentira: se llama Rescue, que en el idioma de don Guillermo quiere decir “salvamento, rescate, liberación”. Porque, ¿qué sería de mi “score” -que fino y que pijo suena: “score”- si no fuera por el Rescue que me rescata del proceloso raf, que me libera de la presión y que, finalmente, salva mi tarjeta?
Este chisme, cuya amistad procuro con frecuencia, es prodigioso, me saca del apuro, pega neto y largo y, por los milagros de la técnica, va siempre recto. Juro que no lo beso en el campo por no parecer un loco de atar pero me proporciona tanto placer que, si no fuera tan frío y tan flaco, me casaría con él.