Tiger Woods ha comparecido el viernes 19 de febrero de 2010, ante su madre, a quien acompañaba un reducido número de familiares, compañeros y amigos, para pedir perdón por sus infidelidades, excesos, dispendios y conductas impropias de una persona educada en principios como el budismo, tal y como reconoció en su alocución, trasmitida por televisión a todo el mundo. Ante los micrófonos, en una sala cedida por la PGA en su sede de Florida, se presentó una persona totalmente hundida, sin rumbo, ni futuro cercano, tal y como él mismo anunció, explicando que éste era un alto en su terapia y que mañana mismo volvía a seguir con su tratamiento. Se disculpó repetidas veces y pidió ayuda para poder salir de esta situación, y comprensión y respeto para su mujer -con la aque nunca tuvo problema alguno de violencia- y sus dos hijos. “¡Yo soy el único culpable! Espero volver a jugar al golf, pero no sé cuándo”.
Si lo esperpéntico de la situación llevó a Basilio Rogado a escribir cuatro romances en tono socarrón, esta vez he aparcado toda ironía, todo sarcasmo porque, después de su confesión, el todavía número 1 del mundo del golf, se merece unos versos más humanos:
Las palabras no curan, pero ayudan a sobrellevar la culpa
Podría escribir los versos más tristes esta noche
estoy convicto amor, estoy confeso,
me siento como aquel Neruda enamorado
al que le gustaba cuando callabas
porque era como si estuvieras ausente.
Mejor hubiera sido no escucharte Tiger,
hombre, ser humano, perdido…
¡Quién pudiera darte esa ayuda que pides
hundido, ante un auditorio fiel y mínimo
en presencia, aunque millonario en audiencia.
Madre, algún amigo o compañero…
no deberías haber subido al estrado
y no tendrías que haber pedido perdón
tantas veces.
Al final, nada os debo, debéisme cuanto he escrito,
decía Machado.
Tiger, nos has dado muchos momentos de gloria
y si no has sabido administrar los sentimientos y el dinero
no es solo culpa tuya.
No eres un santo, ni siquiera alguien especial:
solo eres un ser humano al que la sociedad
ha querido convertir en un Dios que no existía,
tan faltos estamos de héroes a los que venerar.
No has sido corrupto, no nos has engañado
en el campo de golf, pero has cometido el error
de los jóvenes: has caído en la única tentación
que el hombre no puede superar: la mujer.
Y si la mancha de mora con otra mora se quita,
si tu compañera no te ayuda a salir de esta,
puede que no salgas nunca.
Y aquí no valen ni dineros ni terapias…
¡Qué manía de convertir en enfermedad
lo que es un deseo que ha movido al mundo
desde el comienzo de los tiempos!
Has cometido un error, Tiger.
Quien te tenga que perdonar, que te perdone.
Yo no me considero engañado porque
a mí lo que me vale es tu vida en el campo de golf
y fuera de él, puedes hacer cualquier cosa,
como todo el mundo, menos robar y matar.
Y no parece que hayas hecho una cosa ni otra.
Has tardado demasiado tiempo en hablar
y cuando lo has hecho, no has dicho nada,
sobre todo lo que queríamos oír
y que no tiene nada que ver con tu vida privada
¿Para cuándo será tu vuelta?
Y ni siquiera eso sabes.
¿Para qué la terapia, cuál es tu enfermedad,
el dinero, la fama, los amigos ocasionales…?
Te has presentado ante el mundo
como un ídolo caído
que no sabe ni cómo, ni cuando,
ni si se va a levantar nunca más.
Ya lo he dicho otras veces: antes no había nadie imprescindible;
ahora somos todos innecesarios.
Hundido, en la miseria moral, como parece
has dejado a los aficionados al golf
casi desnudos, como los hijos de la mar.
Espero que no haya llegado aún el día del último viaje,
que vuelvas algún día a jugar y a ganar.
Ya se sabe: a rey muerto, rey puesto
alguien vendrá que el número 1 te quitará.
En esta ocasión no te lo mereces.
Bien está pedir perdón, solicitar ayuda,
pero del pozo en el que tú mismo has caído
solo puedes salir por tu propio pie
y con la cabeza bien alta.
¡Ojalá no te hayamos perdido para siempre!
(Foto archivo Wikimedia Commons)