Las reservas se podrán hacer en el propio club, teléfono 947 17 12 14 o en el del Parador Nacional de Lerma, 947 17 71 10. El Parador de Lerma, que ocupa el antiguo palacio ducal de esta localidad burgalesa, ofrece un paquete que incluye alojamiento, desayuno bufet, inscripción y un día de entrenamiento en el campo por 99 euros por persona.
Pepe Gancedo, destacado jugador de golf y uno de los más brillantes diseñadores de campos de España, falleció este 2016 a los 78 años. Entre sus trabajos más reconocidos están los campos de La Herrería, en El Escorial; Santa Ponsa, en Mallorca; Lerma, en Burgos; Costa Adeje, en Tenerife o Larrabea en Álava.
El genial diseñador malagueño es el autor de una memorable frase cuando visitó por primera vez los terrenos donde debería asentarse lo que hoy es el recorrido de Lerma: “el campo ya está hecho –dijo- lo hizo Dios”.
EL PRIVILEGIO DE JUGAR EN LERMA
Visitar y, por supuesto, jugar en el campo de Lerma es siempre un privilegio. No es fácil encontrar un recorrido que podríamos llamar “natural” (robles, sabinas, encinas…) al que el diseñador añadió sabiamente lagos y curvas allá donde el golf lo reclamaba. Es un recorrido en el que el jugador disfruta de lo cuidado de sus calles, y no digamos de sus greenes, que suelen remedar, con ventaja a las alfombras por muy verdes que éstas sean.
Para los golfistas que disfrutan de jugar en este entorno y que no han tenido la oportunidad de conocer cómo se gestó la creación del proyecto y el diseño del recorrido, les diremos que Gancedo, fue un muy destacado jugador, seis veces campeón de España entre 1966 y 1976 y un inimitable diseñador de campos. Denostado por sus inhabituales métodos, por las empresas especializadas, pertrechadas con las últimas tecnologías y respaldadas por ingenieros, arquitectos o famosos greenskeepers, Gancedo era eso que en el lenguaje coloquial llamamos simplemente “un genio”.
Uno no da crédito cuando oye el relato de sus métodos de trabajo y cuesta mucho trabajo creer que el resultado que se ve en Larrabea o en Lerma sea el producto de un hombre y un maquinista y su excavadora. Oyendo a quienes tuvieron el privilegio de conocer sus métodos y observarlos en directo, la imaginación se dispara y se nos aparece un hombre sobre un terreno braceando para indicar al operador donde empujar, donde excavar, donde acumular, donde aplanar…
No había planos, no había ordenadores, no había nada que no fueran los cinco sentidos de un hombre que veía el campo en su cabeza y que era capaz de transmitirlo allí, sobre la tierra, observando la salida y la puesta de sol, olfateando por donde viene el viento y por donde corre el agua… Difícil de creer e incluso de imaginar pero así era Gancedo, un hombre que además, era capaz de captar la atención de la gente, que tañía una guitarra y alegraba la reunión, que contaba una anécdota y embelesaba a la concurrencia. Un tipo que trabajaba en mangas de camisa y que si había que pisar un salón se embutía en un blazer azul para enmarcar una presencia que nunca, nunca, pasaba desapercibida.
Hay que oír contar cómo este personaje, una fresca noche burgalesa, en compañía de un promotor se lió a tirar bolas de golf contra los muros de lo que hoy es parador de turismo y entonces era un edificio semi derruído, diciendo: “esto tiene que ser un hotel” ante la estupefacción de los circunspectos habitantes de Lerma. La vieja, hermética y prudente Castilla se inclinó ante el empuje de la exhuberancia de un sureño que soñaba campos de golf, que imaginaba palacios convertidos en hoteles y que era capaz de gritarlo a la noche, los unos y de hacerlos con sus propias manos, los otros. Honremos su memoria jugando al golf en su casa, se lo merece.