Ryder Cup 16: romance de una derrota anunciada

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Basilio Rogado escribe un romance a los perdedores de la Ryder Cup: el equipo europeo en el que había seis ingleses y un norirlandés: una Armada Invencible que naufragó en el Club Hazeltine de Minnesota.

I

El milagro de Medinah,

que a todos nos encantó

no se pudo repetir,

a pesar de la intención,

que era, precisamente,

derrotar al anfitrión.

Pero en el club Hazeltine,

donde, en esta ocasión,

se disputaba la Ryder,

más que una Copa, un Copón,

algo importante faltó:

Allí no estaba Olazábal,

eufórico y sin temor,

ni el espíritu de Seve

que el tiempo se lo llevó;

tampoco estaba de vice

el del puro fumador,

un Jiménez que levanta

el ánimo al perdedor.

II

Sí estaba, sin embargo,

un norirlandés tristón

que llevaba entre sus huestes

un cuarteto filandón,

donde nadie sonreía

después de cada reunión.

No estaba el horno “pa” bollos,

en eso tenían razón,

porque sufrían los cuatro

una fuerte comezón,

después del fatal comienzo

y un rosco en el marcador.

“Esto es lo que hay”, decían,

y  donde no hay madera

no puede haber armazón.

III

Mucho rookie en el equipo,

tanto novato en acción,

no podía ser nada bueno,

como al fín se confirmó.

Será un problema del Brexit,

que en Minnesota estalló,

con tanto inglés en el tee.

¿Querrán la separación

También en esto del golf?

Ahora que ya teníamos

un equipo campeón,

resulta que en Inglaterra

se van sin decir adiós.

Porque tan mal se marcharon

los nativos de la Albión,

aquella rubia de antes,

que pérfida se volvió.

IV

Seis eran seis los ingleses

que el equipo aglutinó

y de los seis jugadores,

europeos, sin convicción,

ni uno solo del sexteto

medio punto consiguió

el domingo decisivo

que todo lo resolvió.

¿Donde estaban las hazañas

de un Willet que se encontró

con una Chaqueta Verde

que a Jordan se le perdió?

Y el jovencito Fitzpatrick,

de abolengo y condición

con apellido pomposo,

pero sin ningún ardor,

que recorrió de puntillas

toda la competición

y terminó sin cabeza

ante uno de los Johnsón

-y permítanme el acento

al rimar con precisión-.

Y el larguirucho Chris Wood

al que otro Johnson ganó,

el que se llama Dustin,

y parece tener dolor

de barriga permanente

y mucho colesterol.

Y Sullivan, al que Brandt

en muñeco convirtió.

V

Se me acabaron los rookies,

pero aún queda lo mejor:

Lee Westwood, al que el dedazo

del capitán eligió,

perdió ante Ryan Moore

y el hombre ni se inmutó.

Nos quedaba la esperanza

Justin Rose, bien empezó,

pero ante el joven Rickie,

al final se nos rindió.

Pero lo peor ya estaba

con cero en el marcador:

una derrota del líder,

ese punto ganador

que Rory debía darnos

y que Reed con su descaro,

al principio nos birló.

Ahí empezó la debacle

donde la nave se hundió;

esta vez los de la Armada

que en Hazeltine naufragó

no fueron los españoles

que de Inglaterra partió.

VI

Sergio y Rafa que llegaron

de la Ibérica nación,

el mismo y bello lugar,

donde Seve se engendró,

estuvieron a la altura

que el publicó deseó:

Rafa que era novato

en esta competición,

sin haber perdido un punto

de Hazeltine volvió.

Y Sergio, por otra parte,

con Mickelson empató,

en un partido glorioso

que a todos encandiló.

Epílogo

Así se escribe la historia

desde el bando perdedor.

El que quiere, se consuela:

¿habrá un futuro mejor?

En dos años, allá en París,

tendremos otra ocasión

de recuperar la Copa,

que digo Copa, Copón.

Si hubiera sido en Madrid,

que pena, que decepción,

estaríamos seguros

de ganar esa edición.

Y es que somos los mejores,

ya lo diga su porquero,

o el bueno de Agamenón.

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