ROMANCE: LA PRINCESA ESTÁ TRISTE
El golf español necesita al mejor Sergio García y nada como un romance de Basilio Rogado para levantar el ánimo del castellonense que no ha pasado el corte en el Open Champìonship.
(En la imagen, Sergio García aprieta el puño -que es lo que esperamos verle hacer de nuevo- en el Castelló Masters. Foto: Luis Corralo).
ROMANCE A SERGIO GARCÍA: LA PRINCESA ESTÁ TRISTE
El equipo europeo de la Ryder Cup lleva camino de no contar con ningún español en sus filas para la competición de finales de septiembre en Medinah, en Chicago. Las últimas actuaciones de Sergio García, el mejor clasificado de los nuestros, no dejan mucho lugar a la esperanza. El golf nacional precisa del mejor Sergio y por eso Basilio Rogado le ha escrito un romance con el deseo de sacarle una sonrisa, que es lo que necesita para caminar por esos campos de Dios.
I
La princesa está triste.
Se pregunta el personal:
¿que tendrá la princesa
para encontrarse tan mal?
Será culpa de su príncipe,
aquel golfista genial
que levantaba pasiones
y esperanza sin igual:
¡sustituirá a Severiano!
opinaban sin parar
los buenos aficionados
deseosos de contar
con un nuevo Ballesteros
al que poder adorar.
II
Pero el príncipe golfista,
lejos de colaborar
y mantener la ilusión
de los fans, en general,
se fue quedando muy solo,
primero en su mismidad
y luego en la de los yankees,
que le dejaron de amar.
Ellos que le acogieron
tan bien en la Pe Ge Á,
le dieron pronto de lado,
aunque con su calidad
les había conquistado
al poquito de llegar.
III
¿Por qué le han abandonado?
llegaron a preguntar
en la portada de un medio,
un prestigioso mensual,
publicado en América
con mucha notoriedad.
Y es que los americanos
no se dejan engañar
y si al comienzo querían
al joven idolatrar,
el tiempo y los desplantes
-escupió donde embocar-
del joven castellonense
les llegaron a cansar.
Y acabó el espectáculo
al decidir golpear
al micrófono de ambiente,
donde el tres era un par,
en el US Open pasado,
hace un mes y poco más.
IV
Pero lo peor de todo
estaba aún por llegar:
enfadado con el mundo,
con cara de preocupar,
deambulando por las calles
de los campos del lugar,
amargando los partidos
al que le viera jugar,
sin ilusión con el driver
ni decisión al patear.
La desgana del golfista
es de mal profesional:
de haber perdido interés
por un deporte sin par,
que precisamente tiene
su triunfo en el bajo par.
V
Y la princesa, tan triste,
no puede solucionar
el problema del golfista
que en su cabeza ha de estar
Y no sería una victoria
lo que le podría curar,
sino el ferviente deseo
de volverse a reencontrar
en el camino correcto,
con las ganas de ganar
que tenía en otros tiempos.
Si ya no quiere jugar
y se ha aburrido del golf
que no deje de pensar
y mire a su alrededor.
Queda mucho por lograr
y lo que ha conquistado,
después de mucho sudar,
se lo ha dado este deporte
con toda su dignidad.
¡Y no tires por la borda
lo que, con gran voluntad
has conseguido jugando,
sin dejar de caminar
VI
¡Te queremos en la Ryder!
Y no tienes que esperar
a que te reclame Chema,
de europeos, el capitán,
has de entrar en el equipo
y te has de clasificar.
La fórmula es bien sencilla:
que sonrías al andar
desde el tee en competición,
hasta el hoyo del final.
Verás que algo tan simple
te podrá solucionar
todos tus graves problemas.
Y ya puesto a recetar,
un afeitado perfecto
con un masaje facial
VII
No es el mundo quien te odia,
sino tu idea virtual
de ya no ser el que eras,
esa sensación fatal
de que tu juego no vale
para un Grande conquistar.
Pues contempla lo que pasa,
mira tu entorno real:
piensa en Tiger y su crisis
o en las de Kaymer o Clarke.
O en Harrington, que te ganó,
perdona por recordar,
un Open que tu tenías
a punto de rematar,
pero no gana un torneo
hace tres años… o más.
VIII
Y eso si te concentras
solo en lo profesional,
porque si quieres hundirte
y vas a capitular,
piensa en la depresión,
que ahora afecta al personal:
la crisis es para todos
y solo nos podrá salvar
la actitud de cada uno,
el esfuerzo de sumar
la energía suficiente
para poder aplicar
el cuento aquel que nos dice,
sin pararse a razonar:
“no hay mal que por bien no venga”
y otra frase al terminar:
“no hay mal que cien años dure”…
¡Y si no, mal nos irá!